Aunque
sea en nuestro propio beneficio, hacer algunas cosas da muchísima pereza.
Posponemos el momento indefinidamente, si es que finalmente nos decidimos a dar
el paso.
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Desmaquillarse.
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Ir al dentista.
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Echar gasolina.
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Cambiar el armario de verano por el de invierno (y viceversa).
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Una gestión en el banco.
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Teñirse las canas.
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La revisión ginecológica.
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Llamar al fontanero.
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Reponer el papel higiénico y la pasta de dientes.
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Hacerse fotos de carnet.
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Desatascar el fregadero.
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Recoger la ropa del tendedero cuando llueve.
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Ordenar la montonera de papeles, tickets, cartas, monedas de 5 céntimos, bolígrafos,
propaganda...
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¿Qué pongo hoy de cena?
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Quitarse el esmalte desconchado de las uñas.
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Cambiar una bombilla, que siempre habrá que comprar primero.
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Regar la única planta que no se ha mustiado todavía.
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Hacer limpieza de juguetes.
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Depilarse.
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Limpiar la nevera.
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Imprimir esa foto para la que compramos un marco hace dos años.
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Coser un agujero en los calcetines.
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Poner el lavaplatos.
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Pasarse por el zapatero.
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Pelar una naranja.
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Sacar la decoración navideña.
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Recoger la decoración navideña.
Algunas
podrán encabezar la lista de tareas pendientes durante meses; otras, las que son
una cuestión vital, terminarán por hacerse a regañadientes.
Pero
todas y cada una de ellas suponen un pequeño suplicio diario...