28 enero 2016

Viejas mal encaradas.

Día intenso de trabajo.
Tarde con hijo buscando límites.
Primos jugando a pelearse, mal pronóstico.
Sonido ambiente: llanto constante de un sobrino.
Bronca y niño castigado.
Lloro amargo, por supuesto.
Una jornada larga…

Pero parece que la tarde, por fin, se está acabando y la bendita hora de acostar se aproxima.
Bajamos de casa de los abuelos y, mientras esperamos en la calle, los niños deciden emular a Spiderman trepando por las puertas del portal (muy churriguerescas y con ventanas enrejadas, lo más parecido a un rocódromo para unos aprendices de araña). Encantados de la vida estaban ahí arriba, encaramados y gritando “¡Mira qué alto, mamá!”.


Es entonces cuando hace su aparición la mítica vieja tocapelotas.
La he visto llegar, mirar, pararse y echar a los niños una mirada reprobatoria. Ha empezado a localizar a los progenitores en busca de bronca y mi hermana y yo éramos los únicos candidatos de la zona.
Y se ha lanzado con el primer envite: “¡¿Pero cómo permites que los niños hagan eso y estén ahí subidos?!”. Capotazo, paso de ella y sigo a mis cosas.

Ella sigue mirando con cara de amargada a los niños, a nosotras, de nuevo a los niños, esperando que hiciéramos algo tras su desdeñosa observación. Nada cambiaba así que iba a tener que insistir con el tema, la situación era intolerable. “¿Son tuyos los niños?”.
Y como tenía el día bastante cargadito ya y no me apetece que una vieja desconocida me eche la peta, contesto “Y a usted que le importa.

Por supuesto, la señora no iba a quedarse callada, ¡menudo agravio! Y tenemos un breve intercambio de opiniones:
- ¡Es que van a estropear el portal!
- ¿Y es suyo?
- ¡Pues sí!
- Lo dudo mucho, señora. Éste es mi portal.
- Es el de mi hija…

Esto último, una trola más grande que Barcelona, ha puesto punto y final a la conversación pero no a la escena. Ella se ha quedado merodeando por allí con mala cara, haciendo como que esperaba a alguien pero de ese portal no ha salido ninguna hija.
Nosotros hemos recogido el campamento, las criaturas han bajado de la puerta dando un salto de superhéroe y nos hemos ido. Ella seguía allí.


Y yo me he quedado la mar de a gusto contestando. Estoy hasta el gorro de la gente que se aprovecha de la buena educación de los demás para decir lo que le venga en gana, sobre todo de las viejas. Si ellas son unas mal encaradas, yo, sin faltar al respeto, no me quedaré callada.
Agárrense los machos, viejas de lengua viperina.


25 enero 2016

Equipaje de mano.

Soy buena haciendo maletas. No es una gran virtud -habría elegido cualquier otra de la lista- pero se me da bien.

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Mi destreza es fruto de mucho entrenamiento. Tres años en un internado a dos maletas semanales es un gran rodaje. Si le añadimos un curro de fin de semana en una tienda de ropa durante otro par, el resultado sólo podría ser una gran habilidad maletera.

No sólo consigo doblar y encajar todo perfectamente -rozando unas densidades que Samsonite ni imagina-, sino que voy siempre de lo más surtida. Si viajas conmigo, no necesitarás secador, ibuprofeno, pasta de dientes, cacao, tiritas, desmaquillador de ojos o el cortaúñas, ya he metido de todo en la mía.

Mi mente se pone en modo viaje y hace un repaso completo de las necesidades diarias, añade todo tipo de vicisitudes y un sinfín de combinaciones atmosféricas, resultando un equipaje apto para un frío polar acompañado de fuertes chubascos y rachas de viento huracanado o una inesperada ola de calor. Y todo en un único bulto.


Tengo pendiente desarrollar mi pericia en su faceta de mínimos pero es que la crema hidratante y el secador son tan imprescindibles para mí como unas bragas. Mi capacidad se limita a conseguir que un fin de semana largo quepa en una maleta de cabina, no a reducir unas vacaciones en República a una bolsa de mano.


21 enero 2016

Reenviando que es gerundio.

Existe una muy eficaz fórmula de trabajo que te exime de cualquier responsabilidad presente o futura.
Su sencillez no está reñida sus resultados, por lo que su uso está cada vez más extendido.
Es tan simple como reenviar un e-mail.


Crecen exponencialmente en tu bandeja de entrada.
Se acumulan decenas sin leer.
Por cada correo que abres, llegan 4 nuevos, un dragón inmortal.
Dedicas más tiempo a gestionar el Inbox del Outlook que a currar.
Ahora llamas para avisar de que vas a mandar un mail importante.

Pero es que reenviar es tan sencillo; darle a un botón y deshacerse de un muerto resulta demasiado tentador. Y así andamos todos, reenviando todo a modo informativo, precedido de las clásicas siglas en inglés -FYI- o castellano -PTI-, que queda súper chachi.
Ante la duda, mandárselo al mayor número de personas –véase testigos- posible. Y no te preocupes demasiado por los destinatarios, tienen tantos mails que no se darán cuenta de que eso no tiene nada que ver con ellos.

El caso es deshacerse del mochuelo lo antes posible, marcarlo con importancia alta para crear un mayor impacto visual en los receptores y darle a reenviar. Y el mail irá circulando de buzón en buzón hasta que alguien tenga a bien darse por aludido y decida responder. O que todo el mundo dé por terminada su tarea al reenviar y el tema quede sin resolverse pero lo hayan recibido cientos de personas.
Es el timo piramidal de la vida laboral.


El correo electrónico ha dejado de ser útil, ahora sólo enviamos y recibimos SPAM, aunque lo camuflemos de FYI.



18 enero 2016

Derrota literaria.

En octubre me vine arriba y me lancé con Los Miserables de Hugo, versión original, edición de bolsillo en dos tomos.


La cosa empezó mal desde el principio, ahora lo sé.
Me costó más de 200 páginas pillarle algo de ritmo. En algunos capítulos sucedían cosas, otros eran el desierto con sus decenas de páginas de descripciones infinitas. Pero continué, inasequible al aburrimiento, cruzando los dedos para que, por el amor de Dios, le sucediera cualquier cosa a Jean Valjean, que se dejara caer por allí.
Y así, con el deseo de conseguirlo motivándome, terminé el primer volumen antes de que acabara octubre.
913 páginas.

Con el empuje de tener la primera parte finiquitada sobre la mesilla, encaré el segundo tomo.
Había perdido mucha energía a lo largo de las semanas anteriores y mi concentración iba menguando. Estaba en ese punto en el que puedes leer 4 páginas o la misma línea varias veces sin darte cuenta.
El tema se estaba poniendo muy cuesta arriba y Hugo seguía filosofando sobre el argot, los gamins de París, la burguesía, Rita la cantaora, la madre del topo… Iba a necesitar algo más que el pundonor para continuar con semejante embarcada.
Seguía leyendo, pero empecé a encender la televisión de vez en cuando.
No dejaba el libro, pero estaba más on-line que nunca.
Y mi ritmo lector se fue marchitando, reduciendo, apagando hasta morir. Exactamente en la página 542 de la segunda parte.

Fui incapaz de aceptar la derrota. Mientras no hubiese una nueva novela en mi vida, habría un resquicio de esperanza…
Pero lo único que sucedió es que dejé de leer. Ni una sola página durante un mes.

Finalmente, Los Miserables ha sido más fuerte que yo.
Después de 1.453 páginas.
A falta de 345 del desenlace.
Sin saber qué pasa con Valjean y Cosette.
Temerosa de que otro coñazo en francés sea superior a mis fuerzas y acabe viendo Telecinco por las noches.


No sé si tendré ánimo para volver a las barricadas -llevo 200 páginas en la barricada de los huevos- y darle carpetazo a Hugo. Mientras tanto, me estoy dando un buen empacho de policías, abogados y asesinos, en busca del tiempo perdido (que no tengo intención de recuperar con Proust en otro arranque cultureta).


14 enero 2016

Esa clase de gente.

Hoy toca post desahogo. Se lo voy a dedicar a toda la gente amarga. Esas personas que se cruzan en tu día y lo hacen más desagradable porque sí.


  • Al vecino que no saluda en el portal.
  • A la dependienta antipática.
  • A los dueños de perros que no recogen la caca.
  • Al mentiroso.
  • A los conductores subnormales.
  • A las viejas que se cuelan.
  • Al compañero que te hace una jugarreta.
  • Al cajero borde.
  • Al autobusero que no te espera aunque te vea esprintar por el retrovisor.
  • Al cliente chulo.
  • A los que llevan paraguas pero monopolizan las marquesinas.
  • A los revisores de maletas de los controles de aeropuerto con complejo de superioridad.
  • Al liante.
  • A los viajeros de metro que no dejan salir antes de entrar.
  • Al conocido que mira hacia otro lado al cruzarse contigo por la calle.
  • A los prepotentes.
  • A todos los que, pudiendo ser amables, prefieren no serlo.


A toda esa gente, sólo espero que os encierren juntos en una habitación y me dejen mirar desde fuera.


11 enero 2016

Enero.

Resaca navideña.
Frío.
Demasiado largo.
Sofá y mantita.
Lluvia.
Tos y mocos.
Rebajas.
Encierro casero.
Paraguas y katiuskas.
Leer.
Días cortos.
Estrenar los regalos.
Películas.
Calor de hogar.
Bufanda y guantes.
Noches oscuras.
Mi cumpleaños.


Se acabaron las Navidades, los regalos, la familia, las comidas, las felicitaciones, las luces, los renos, las cenas, el árbol, las compras y las vacaciones.
Enero ya está aquí.