Día
intenso de trabajo.
Tarde
con hijo buscando límites.
Primos
jugando a pelearse, mal pronóstico.
Sonido
ambiente: llanto constante de un sobrino.
Bronca
y niño castigado.
Lloro
amargo, por supuesto.
Una
jornada larga…
Pero
parece que la tarde, por fin, se está acabando y la bendita hora de acostar se
aproxima.
Bajamos
de casa de los abuelos y, mientras esperamos en la calle, los niños deciden
emular a Spiderman trepando por las puertas del portal (muy churriguerescas y
con ventanas enrejadas, lo más parecido a un rocódromo para unos aprendices de
araña). Encantados de la vida estaban ahí arriba, encaramados y gritando “¡Mira qué alto, mamá!”.
Es
entonces cuando hace su aparición la mítica vieja tocapelotas.
La
he visto llegar, mirar, pararse y echar a los niños una mirada
reprobatoria. Ha empezado a localizar a los progenitores en busca de bronca y mi
hermana y yo éramos los únicos candidatos de la zona.
Y
se ha lanzado con el primer envite: “¡¿Pero cómo permites que los niños hagan eso y estén ahí
subidos?!”. Capotazo, paso de ella y sigo a mis cosas.
Ella
sigue mirando con cara de amargada a los niños, a nosotras, de nuevo a los
niños, esperando que hiciéramos algo tras su desdeñosa observación. Nada
cambiaba así que iba a tener que insistir con el tema, la situación era
intolerable. “¿Son
tuyos los niños?”.
Y
como tenía el día bastante cargadito ya y no me apetece que una vieja desconocida
me eche la peta, contesto “Y a usted que le importa.”
Por
supuesto, la señora no iba a quedarse callada, ¡menudo agravio! Y tenemos un breve
intercambio de opiniones:
-
¡Es que van a estropear el portal!
-
¿Y es suyo?
-
¡Pues sí!
-
Lo dudo mucho, señora. Éste es mi portal.
-
Es el de mi hija…
Esto
último, una trola más grande que Barcelona, ha puesto punto y final a la
conversación pero no a la escena. Ella se ha quedado merodeando por allí con
mala cara, haciendo como que esperaba a alguien pero de ese portal no ha salido
ninguna hija.
Nosotros
hemos recogido el campamento, las criaturas han bajado de la puerta dando un
salto de superhéroe y nos hemos ido. Ella seguía allí.
Y
yo me he quedado la mar de a gusto contestando. Estoy hasta el gorro de la
gente que se aprovecha de la buena educación de los demás para decir lo que le
venga en gana, sobre todo de las viejas. Si ellas son unas mal encaradas, yo,
sin faltar al respeto, no me quedaré callada.
Agárrense los machos, viejas de lengua viperina.