28 septiembre 2015

Peluqueras asesinas.

Tengo la teoría de que las peluqueras hacen estropicios capilares a propósito, para quitarse competencia. No es normal que haya tanto disgusto después de lavar y cortar. Tiene que haber algo oculto, no creo en tantos “accidentes”. ¡Cuántas lágrimas contenidas en un salón de belleza! ¡Cuánta amargura entre secadores y planchas!



En una peluquería, como en el taller o en el dentista, estás vendida. Ellas tienen el poder en sus manos y, además, van armadas con tijeras. Aunque el pelo crezca, durante unos cuantos meses estarás más fea y te sentirás más insegura; lo normal suele ser la combinación de ambas. Y durante ese tiempo, han quitado a una tía del mercado.

La mayoría de la veces el problema surge en el punto inicial del servicio, “¿Qué te quieres hacer?”. Y como te vean dubitativa, te echarán una agradable sonrisa –se rumorea que ha habido clientas que han visto un destello en uno de sus colmillos- y abrirán su amplio repertorio de proposiciones increíbles para tu cabello.
La cuestión es que no hablamos el mismo lenguaje así que estás dando tu consentimiento sin entender bien la letra pequeña. Y, claro, luego tienes que apechugar con las consecuencias que, obviamente, siempre se decantan a su favor.

Aquí van algunas claves para comprender mejor qué te juegas cuando oyes estas amables propuestas.

Sugerencia: Dar algo de movimiento a la melena.
Traducción: Cortar a capas, comenzando la primera a la altura de la oreja y cayendo en degradado hasta terminar con un único pelo largo a mitad de la espalda.
Resultado: Look tirapiedras con primera capa siempre encrespada.

Sugerencia: Sanear las puntas abiertas.
Traducción: Tajo que vas a alucinar.
Resultado: Media melena –y te llegaba por la cintura-.

Sugerencia: Baño de color para camuflar algunas canas sueltas.
Traducción: Echar movida anaranjada.
Resultado: Pelirrojo chungo con canas muy visibles en tono naranja claro.

Sugerencia: Dar unos brillos muy naturales.
Traducción: Mechas rubias.
Resultado: Cabello atigrado.

Sugerencia: Entresacar para conseguir un efecto más dinámico.
Traducción: Quitarte mogollón de pelo.
Resultado: ¿Por qué tengo que dar ahora tres vueltas más a la goma? ¿Qué habéis hecho con mi pelo?

Sugerencia: Dar un aire un poco más actual.
Traducción: Hacer de cobaya para que prueben un nuevo corte a ver cómo queda.
Resultado: ¡Horror!


Así que si encuentras una peluquería en la que te tengan algo de aprecio o un poco de respeto, quédate.
Pero sobre todo, que nunca te vean dudar.

24 septiembre 2015

Frases que me encantaría usar.

Hay algunas frases que me gustaría mucho poder decir. Encontrar la ocasión perfecta para soltarlas. Lo que pasa es que no terminan de estar en mi repertorio mental y, cuando las recuerdo, el momento ya pasó. Sólo me quedan las ganas y una larga espera.



“Está rolando el viento.”
Encuentro que tiene mucho empaque, como si sólo pudiese salir de la boca de un lobo de mar. Sencilla pero repleta de sabiduría.
Un punto importante es que no tengo ningún tipo de afición marítima así que la falta de velas me complica mucho el asunto. Aún así, quiero estar en la calle y notar el momento justo en el que se produce el cambio de dirección y decir naturalmente “parece que está rolando el viento”. Y quedarme tan pancha.

“Tomaré lo de siempre.”
Me da como envidia cuando la escucho en un bar. Esa complicidad camarero-cliente que nunca he conseguido tener, ni yendo durante años a por el mismo café con leche al bar de abajo. Tal vez el problema sea que no me atrevo a decirla; tal vez sólo funcione con un whisky doble.

“Me encuentro en los aledaños del estadio”
No por manida deja de apetecerme. Los periodistas deportivos viven allí y yo todavía no he tenido la ocasión de pronunciarla. A lo mejor si me dejase caer por alguno…
Me conformaré con, a partir de ahora, encontrarme en los aledaños de mi casa, los aledaños de tu portal, los aledaños del parque o los aledaños del bar de siempre. Realmente, lo de menos era el estadio.

“¡Siga a ese taxi!”
Ésta es simplemente por puro placer. ¿Acaso hay alguien en este mundo que no sueñe con poder pronunciarla aunque sea una vez?

“¡Nuestra canción!”
Lo primero que me gustaría es que no me diese vergüenza tener nuestra canción. Después, elegirla –o como sea que funcione este proceso-. Y, por último, que sonase y sólo tuviéramos que mirarnos un segundo para saber que, efectivamente, es para nosotros, aunque nadie más lo sepa.

“Francamente, querida, me importa un bledo.”
¡Qué manera tan elegante de mandar a alguien al carajo! Me parece un ejercicio máximo de contención verbal, me veo incapaz de no soltar un taco –no recuerdo la última vez que algo me importó, siquiera, una mierda-.
Si pudiera, zanjaría así todo.

“¡Este aumento de sueldo es increíblemente obsceno!”
Poco más que añadir.


El momento adecuado se resiste y mis ganas van en aumento. Creo que voy a tener que tomar medidas drásticas y soltarlas totalmente fuera de contexto, para poder oírme pronunciarlas alguna vez.



21 septiembre 2015

Pequeños autoengaños sobre la comida.

Toda onza de chocolate engorda lo mismo, independientemente del tamaño y el grosor, tu cuerpo sabe que es una única onza y actuará en consecuencia.
Corolario: Tampoco sabe diferenciar media onza de una así que es inútil dejar la mitad.

Cuatro galletas seguidas aportan muchas más calorías que levantarse cuatro veces a la cocina con intervalos de cinco minutos.

Si cenas verduras, puedes tomar media tarta de postre, seguirá contando como una comida ligera y tu cuerpo se quedará con ese mensaje.

Si te das un capricho sin testigos, es como si no te hubieras comido ese bollo.

Una manzana para terminar una copiosa comida consigue que todo lo anterior se vuelva light.

La cerveza es casi como el agua y además tiene beneficios científicamente comprobados que, aunque ahora mismo no puedo recordarlos, me suena que eran un montón.

Compartir postre es un pacto de sangre, aunque tomes el 85% del plato, las calorías van a medias. Un trato es un trato.

Imprescindible que el café sea con sacarina después de mollejas, chuletón y brownie, ¡menudo ahorro calórico!

La pizza engorda por porciones, mejor pártela sólo por la mitad.

Si dejas tres patatas fritas dentro del paquete, sólo has picado unas pocas.



Y siguiendo estos pequeños trucos, conseguirás mantener tu línea exactamente igual que estaba pero con menos remordimientos.


17 septiembre 2015

¿Tíos de anuncio?

El otro día cayó en mis manos un ejemplar ICON, la revista masculina de EL PAÍS. Como todo buen magazine de moda que se precie, tiene más anuncios que contenido. En este caso, los destinatarios de este despliegue de medios son los hombres, igual que los modelos protagonistas de las campañas.

Y mientras ojeaba unas propuestas bastante ridículas para este invierno, caí –de nuevo- en la cuenta de lo feos que eran los tíos de los anuncios. Me pareció algo francamente desconcertante, yo que pensaba que el mundo de la moda necesitaba macizos para vender sus productos.

Algo me olía desde hace un tiempo, con esos modelos feúchos de las tiendas on-line pero esto es otra historia; hablamos de su imagen de marca. Son las caras que veremos en marquesinas, autobuses, revistas, televisión. Y, francamente, no veo el punto a esta nueva tendencia. Lo más probable es que, como inexperta en el universo del marketing, esté cerrada a las nuevas corrientes publicitarias en las que un cardo vestido como un mamarracho suponga un éxito de ventas abrumador entre los ricachos.


Si fuera hombre, no dudaría ni por un segundo en comprarme un bolso enorme y subirme a un autobús con cara de puteo.

¿Eres simplemente idiota? Loewe es tu gran aliado.


Seguro que John Travolta y sus injertos de pelo, su tinte negro azabache, su cara operada y una sonrisa de lo más forzada es un hacha vendiendo relojes.

Quiero ser un nerd vestido de Louis Vuitton y viajar a exóticos lugares con preciosos atardeceres.

¿No terminas de encajar? ¿La gente piensa que eres borde? ¿Tiendes a estar malhumorado? ¿Tienes cara de pocos amigos y te molan los tartanes? No eres un bicho raro, eres un cliente tipo de Givenchy.

Balmain o la muerte os sienta tan bien. Poco más que añadir a esta versión tan transgresora de La Pietà, seguro que están todos los creativos celebrando por todo lo alto su genial ocurrencia.


En fin, parece que de ahora en adelante tendremos que acostumbrarnos a esta panda de mangarranes. Me pregunto dónde quedaron los tipos como Albert Delegue, guapo entre los guapos. Todavía puedo recordarlo mirándome desde la parada del autobús.


¡Qué tiempos!


14 septiembre 2015

Looks de oficina (H&M, claro).

Creo firmemente en vestirse ex profeso para ir a trabajar (y me refiero a una oficina, claro, no un estudio o cualquier curro que no requiera código de vestimenta de ninguna clase). Todo podría resumirse en una idea básica: si los tíos llevan traje, nosotras deberíamos arreglarnos en consonancia (o mejor, que hace muchos años que el traje dejó de ser sinónimo de ir bien vestido).


Por supuesto, lo estricto de nuestro atuendo es algo que tendríamos que ser capaces de captar. Se ve, se nota en el ambiente, sólo tienes que fijarte un poco en cómo va tu entorno. A partir de ahí, podrás hacerte una idea de qué es lo más adecuado. Dejando al margen el gusto de tus compañeros, el estilo formal es fácil de intuir, igual que lo es el casual.

Personalmente, me gusta ponerme el buzo de trabajo. Es el comienzo de la jornada laboral y me ayuda a ponerme en modo despacho.

Lo bueno es que, además, se pueden ampliar muchísimo las opciones de tu armario porque puedes utilizar un montón de cosas que no vendrían a cuento un sábado en el parque. Del mismo modo, los vaqueros, las playeras o una sudadera las dejo para el fin de semana. Cada cosa tiene su momento y su lugar.


Y después de tanto divagar, aquí van algunas propuestas -de la mano de H&M, por supuesto- para ir estupenda a la oficina.


















Os dejo los links de todos estos fichajes de H&M.
LOOK 5: Mono. Zapatos. Poncho. Bolso.


10 septiembre 2015

Lola.

Mi nombre ha sido una losa toda mi infancia, y más aún en el norte donde triunfaban las Leires, Iratxes, Ainhoas o Amaias. Siempre me ha parecido una cruz tener un nombre extraño, que encima es el alias de uno muchísimo peor: María Dolores, con dos cojones.


Al principio no era muy consciente del asunto pero recuerdo, muy de pequeña, preguntar a los niños que conocía en el parque cómo se llamaban en realidad porque “Yo en realidaz me llamo María Dolores, ¿y tú, Nagore?”, para total desconcierto de la Ainara o Naiara de turno, que no tenían ni la más remota idea de qué narices les estaba contando.

A medida que fui creciendo, empecé a intuir que algo turbio se cocía. Recuerdo con especial frustración la vuelta al cole, ese momento en el que tenía que pedir a cada profesor que, por favor, me llamase Lola en lugar de María Dolores –nombre oficial durante toda mi escolarización y el resto de mi vida-. Y así, año tras año, curso tras curso…

Siendo niña, nunca conocí a ninguna Lola infantil, todas eran abuelas, bisabuelas, tías, tatas o señoras muy viejas emparentadas de algún modo con alguien (además de mi abuela Loluca y mi bisabuela Lola León, que de algún sitio tenía que venir esto).Y eso si tenía suerte y eran personas, mi nombre es de lo más común entre las perras bilbaínas; no habré girado la cabeza veces y visto aparecer un yorkshire desobediente.


Con 10 años, habría dado cualquier cosa por llamarme María.
En la adolescencia, me enfadé muchas veces con mis padres por hacerme semejante faena (las cruces adolescentes son inescrutables).
Con 20, saliendo de fiesta, nadie se creyó nunca que mi nombre no fuese una invención etílica.
Y a los 30, llegó una nueva generación de padres que empezó a llamar a sus hijas Lola, a secas, ni Dolores ni María Dolores. Y resulta que ahora es el 33º nombre más frecuente entre las niñas nacidas en el 2014.


Total, toda una vida pasando penurias con un nombre de vieja para que ahora haya tantas Lolas en Vizcaya como Iratxes, con la fácil que tuvo que ser llamarse así en los 80...


* Todos los datos están publicados en las estadísticas sobre nombres del INE.
** Ahora que sientes curiosidad, puedes enredar por aquí.



07 septiembre 2015

Hablar.

Aunque no estoy segura de que sea siempre la opción correcta, yo soy de las que necesita hablar. Puedo esquivar una piedra pero tengo que comentar que la he visto y quiero saber qué hacía ahí, si llevaba mucho tiempo, si me tropezaré con ella en el futuro, si simplemente no la había visto hasta ahora…



A veces, hablar es complicado. Muchas, termina en discusión pero, aún así, terminaré largando. Necesitaré preguntar, saber, comprender. No podré dejarlo hasta que todo tome alguna forma comprensible en mi mente. Hablaré de lo que pasa hasta entender por qué ha sucedido. Y si nadie me da las respuestas, seguiré cavilando hasta conseguir darle algún sentido. El problema es que, sin las respuestas correctas, mis conclusiones pueden estar demasiado alejadas de la realidad. Y es precisamente por los malentendidos por los que soy un firme defensora de hablar, aunque no siempre sea algo sencillo.

El problema es que forma parte de mi carácter y, como todo, no siempre coincide con el de los demás.
Hay mucha gente que prefiere dejarlo pasar, sin atascarse tratando de encontrar respuestas.
Existen personas que eligen callar, pero lo que hacen es acumular hasta que todo revienta y arrasa con una tonelada de trapos sucios no resueltos.
Seguro que algunos serán capaces de meterlo todo bajo la alfombra sin mencionar jamás el elefante rosa que se sienta junto a nosotros en el sofá desde hace seis meses.


Yo necesito hablar, enfrentarme a las cosas cuando suceden, cuando duelen, en el momento en que molestan en lugar de dejarlas en barbecho, esperando a que esa parcela se renueve por obra y gracia del tiempo…
Lo siento, soy así y, por mucho que lo intente, nunca conseguiré ser de otra manera –y callar-.