29 enero 2015

Hasta el límite.

Por fin ha llegado la maravillosa etapa, la que todo padre ansía, la que pone a prueba la paciencia, el aguante, la contención, el ánimo, la constancia, la memoria. El gran momento está aquí y el retoño está buscando los límites.



En un principio pensaba que esta parte de la educación consistía exclusivamente en establecer unas normas. Ellos tendrían que cumplirlas siempre. Nosotros nos encargaríamos de que eso sucediera. Creía que la coherencia era la clave y la principal dificultad, cuántas veces no habré querido saltarme mis propias leyes por resultar de complicado cumplimiento. He suspendido muchas veces, convencida de que un día no podía crear norma frente a los 364 restantes. ¡Craso error! Lo bueno se graba a fuego en sus cerebros en pleno desarrollo.


Resulta que eso era únicamente el comienzo, una primera parte en la que sólo hemos establecido las reglas del juego. Ahora vamos a pasar a la acción…
Mi rival, que levanta un metro del suelo, ha tomado la firme decisión de averiguar hasta dónde soy capaz de llegar. Un planteamiento alternativo, con un punto más amenazante pero no menos cierto, sería que él va a llegar hasta el final, hasta el pollo, la pataleta, la rabieta, el cabreo, el llanto o la amenaza. La jugada va a terminar, inexorablemente, ahí; lo único que puedo elegir es cuánto margen de maniobra le voy a dejar.

Empecé siendo más generosa, pensando que la situación podía salvarse cambiando de tercio. Creí que reaccionaría a la apocalíptica amenaza “¡Cuentos hasta tres!”, que llegaron a ser trescientos y seguíamos en el punto de partida. Traté de castigar sin un juguete, dos, cinco, ninguno. Subí la apuesta a no hay cuento. Hice un órdago con el i-Pad. Pero la cosa no cambiaba. Bueno, alguna variación sí se veía: mi mala leche iba en aumento a la par que se agotaba mi paciencia, pero no era ésa la idea. En cualquier caso, el resultado permanecía inmutable, bocinazo, exabrupto, bronca y llanto.

Así que, vista la persistencia de esta fase, se imponía un cambio de estrategia, tomar medidas más efectivas. Me he vuelto más práctica, más estricta y, sorprendentemente, más. zen. He decido que el final, el punto de estallido, sea lo antes posible, evitando así prolongar una agonía. Para qué dilatar un proceso abocado, irremediablemente, al fracaso.
Así pues, mi límite está a la vuelta de la esquina, llegamos a él en un suspiro. No voy a repetir lo mismo 25 veces, lo dejaré entre 3 y 7 (la primera se la lleva siempre el viento) y, si no hace caso, pasamos directamente a la siguiente tarea. Sin broncas, ni gritos, ni pollos. No se quiere desnudar, quitamos el baño. No se jabona, salimos del agua. No quiere cenar, a lavar los dientes. Pasa de cepillárselos, a la cama con los piños sucios… Y así todos los días, mañana y noche.

¿Y cómo es posible que gane yo si no se lava los dientes? Porque sin enfrentamiento, no hay guerra, que es exactamente lo que anda buscando. Ahí es donde reside la victoria.


Ya se aburrirá de buscar camorra, espero…



26 enero 2015

Final abierto.

He acabado un libro, tenía final abierto. Luego he visto una película, tampoco terminaba. Me he pasado la tarde tratando de poner fin a las historias, porque el asunto no puede quedar así...



A lo mejor se supone que parte de mi trabajo como lector es cerrar el círculo. Tal vez sea más intelectual, más cool, dejar una historia inacabada. A mí, todo este rollo inconcluso no me va. Prefiero ser el típico espectador del montón que quiere que le den todo mascado. Ya saben, un mero consumidor de trama narrativa estándar, con su introducción, su nudo y su desenlace. Un principio y un clarísimo final, salvo que pretendan hacer una segunda parte aclaratoria que me fastidiará, pero no tanto.

La historia no es mía, no quiero devanarme los sesos pensando qué harán los personajes después de los títulos de crédito. No me apetece imaginarme el último capítulo cuando ya no quedan páginas. Me he pasado un rato largo -película- o larguísimo -libro- metiéndome en la historia, conociendo a los personajes, concentrada en la trama, intrigándome, para que luego se salten el desenlace alegremente. ¡No es justo! Yo he cumplido mi parte del trato.

Y no pretendan que no hay más, estoy segura de que existe un final alternativo –uno a secas-. Al principio, debieron de pensar en una conclusión en condiciones. Luego vinieron los efectos narrativos, se liaron con implicar al lector, quisieron no dejar indiferente al espectador. Fueron incluso más allá y nos plantaron una estructura de mierda con introducción, nudo y renudo. Total, que se lo callaron. Lo omitieron a propósito y yo sólo les pido que tengan la bondad de contármelo. No puedo vivir con esta incertidumbre para siempre, sólo tienen que hacer un poco de memoria y recordar que los protagonistas eran felices y comían perdices.

Sembrar la duda para que uno la disipe por su cuenta me parece de muy mala educación. Deberían avisar antes "¡Atención! Este libro contiene multitud de temas sin resolver." o "¡CUIDADO! Ésta película tiene un final incomprensible. Puede producir desazón." Así podré elegir libremente, por si no estoy de humor para misterios eternos.


Mi nivel de tolerancia a los finales abiertos se reduce drásticamente los domingos.

22 enero 2015

Visión espacial.

Mi relación con el espacio es desastrosa. No consigo imaginarme las cosas vistas en planta. No me hago cargo de nada. Veo tabiques y puertas (no sé dónde están las ventanas) pero soy incapaz de visualizarlo en tres dimensiones. Y me siento un poco retrasada con mi ceguera espacial. Es que es más probable que vea a la Virgen en los macarrones…



Este asunto pasaría más desapercibido si mi padre y hermAna no fueran arquitectos. Pensaba que, por simple cercanía, debería haber interiorizado algo. ¿No hacía el roce el cariño? Pues va a ser que nada en absoluto, estoy recién salida de las cavernas. Hago como que entiendo sus planos y sus historias y comparto su entusiasmo “¡Qué chulo os está quedando!” pero la verdad es que no veo. Para mí es una casa y, en un plano, todas me resultan extremadamente parecidas (no diré iguales porque sé contar el número de habitaciones). Así que intento ocultar mi desorientación sin hacer preguntas que, en mi caso, serían siempre delatoras. Menos mal que hermAna me tiene calada y me enseña una imagen 3D -para tontos- y así puedo dejar de fingir, ya sé dónde está el tejado.

Para alguien que tiene visión espacial, mi falta de aptitudes roza el analfabetismo: cómo no lo voy a ver si lo pone ahí. Es como si no supiera leer y, en cierto modo, es así porque un plano es un jeroglífico para mí. Necesitaría que, al lado de las puertas, pusieran un letrero en el que se las identificara como tal y que, además, se pudiesen abrir y cerrar como los cuentos infantiles. Así, vería la habitación que asoma al otro lado y todo estaría mucho más claro.

No sólo el espacio me es completamente ajeno, también su medida. Me da igual un metro cuadrado, que diez o cien, sobre todo porque nunca es un cuadrado de 10x10… Una hectárea me suena tan a chino como una yarda, un pie, una milla o una pulgada.
Para grandes superficies, pido la traducción en campos de fútbol, como si fuera capaz de representarme la extensión de 20. Al final, mi sistema métrico se resume a
  1 campo de fútbol = Grande
>1 campo de fútbol = Muy grande
>100 campo de fútbol = ¿Eso no es un país pequeño?


Lo peor es que esta incultura no se quita, es pura incapacidad. Soy espacialmente ciega. Una analfabeta de las dimensiones. Una inepta de las medidas. Tal vez sólo esté hecha para la regla de 30 centímetros porque, a partir de ahí, el asunto me desborda.

19 enero 2015

Tic, TAC, revisión.

Cada 6 meses, hay que pasar la ITV. Dos veces al año. Para cuando terminas con una, estás casi metida en la siguiente. Es una época -porque puede prolongarse durante más de un mes- bastante coñazo, mucho médico y demasiados resultados que tienen que estar bien.



Esta vez me han tocado las siguientes pruebas:
- Marcadores tumorales de mama y ovario.
- TAC torácico y abdominopélvico.
- TAC craneal.
- Resonancia de mama.
- Mamografía.
- Ecografía de mama.
- Y como plus esta temporada por los resultados obtenidos, ecografía de hígado.


La parte física del proceso la aguanto bien; a estas alturas del partido, no soy aprehensiva. No me importa que me saquen sangre ni que me metan contrastes, no tengo miedo a las agujas. Puedo estar 8 horas en ayunas y beber litro y medio de agua del tirón. No me da claustrofobia meterme en un tubo estrecho, boca abajo y quieta, durante 40 minutos. Es una simple cuestión de costumbre…

La parte complicada es la emocional. Es difícil mantener el tipo con tanta espera, nervios, tensión. Y el momento culminante es el de recoger los resultados. Puedo oír mis latidos acelerados mientras me entregan el sobre, me tiembla el pulso cuando lo abro. Mi primer instinto es buscar la palabra maldita, "maligno"; paso por encima de cada una de ellas mirando la combinación de letras. Sólo cuando no aparece soy capaz de leer el documento y, claro, es cuando me doy cuenta de que no soy médico y que hay un montón de cosas que no entiendo. Porque en el diagnóstico nunca pone “Está usted sana como una manzana, señora, quédese tranquila.”, que sería un detallazo.


Y cuando terminan las pruebas y todo está en orden, no celebramos. Simplemente volvemos a nuestra vida de siempre, en la que podemos jugar a que no nos pasa nada hasta la próxima revisión.

15 enero 2015

Los vascos y las vascas.

Desde que, en su campaña para lehendakari, Ibarretxe empezara con la distinción de sexo, el asunto ha ido de mal en peor. Diría que estamos ya muy pasados de rosca con los españoles y las españolas, los trabajadores y las trabajadoras, los murcianos y las murcianas.


En el lenguaje de los políticos, el plural masculino se ha convertido en un atropello. Y el caso es que a mí me parece políticamente correctísimo; no siento ni discriminación, ni machismo, ni sexismo de ninguna clase, sólo veo gramática y un uso del castellano normal y corriente.

Como oír a uno no resultaba lo suficientemente tedioso (con suerte, llegabas a escuchar un rato), ahora sus discursos, cargados de dobletes de género, son insufribles. No sólo se vuelven extremadamente cargantes, sino que sus mensajes parecen más impostados si cabe. Hablar de compañeros suena demagógico pero mencionar expresamente a las compañeras queda incluso ridículo.
Es más, diría que el efecto conseguido es, justamente, el contrario. Con tanta tontería, nos están dejando a las mujeres fuera del grupo de ciudadanos, como ahora somos ciudadanas…

El caso es que, una vez metidos en la rueda, es imposible parar. A ver quién es el político que se atreve a tirar de la manta, a decir que el emperador va desnudo y que todo esto es una soberana estupidez. Sería un suicidio. La oposición no dejaría pasar la ocasión de enarbolar, con mucho aspaviento, la bandera de la igualdad y, de paso, clavar el mástil en el corazón de tan osado pensador.
Así que ahora, los ministros y las ministras, los diputados y las diputadas, los candidatos y las candidatas deben prestar muchísima atención para poder hacer doblete de género constantemente. A ver si van a referirse sólo a los afectados y las afectadas van a montar en cólera.


Los vascos y las vascas no es igualdad, sólo palabrería. Una artimaña política más, tan medida como el resto de la campaña. Por mí, pueden parar ya con el guiño publicitario a la mujer y volver a hablar correctamente, aportarían bastante más a la sociedad.

12 enero 2015

¿Lujo hotelero?

Hay algunos detalles destinados a aportar calidad a tu estancia en un hotel. Y mientras mejor sea éste, mayor será el número de amenities en la habitación.
El tema es que no está hecha la miel para la boca del cerdo y, aunque me meta de lleno en vivir la experiencia lujosa, no me sale muy bien.


Me entusiasma entrar en una habitación chulísima y ver un pedazo de cama gigantesca coronada con 500 cojines y almohadas. El problema es que sólo necesito uno, me sobran 499 que no sé cómo utilizar. Irán irremediablemente al suelo en cuanto me vaya a dormir. Y encima, entre tanta oferta, no encuentro mi almohada perfecta, la estándar, la de espesor normal y relleno de esponja.

Y eso es el comienzo, la mayor parte de mi incapacidad lujosa ocurrirá en el cuarto de baño, petado de toallas de todos los tamaños, generando confusión con respecto a su uso. ¿Tengo que coger una mini toalla cada vez que me lave las manos? ¿Son para la cara? ¿Cuántas veces se tiene que lavar uno la cara para imbuirse en las estrellas? ¿Ésta es la de los pies o para el pelo?

Luego está el albornoz. Lo veo todo tentador, tan blanco y esponjoso que estoy deseando ponérmelo. Me veo tan a gusto ahí dentro, envuelta en tanta esponjosidad. Así que me lo calzo pensando que será el súmmum del confort. Sin embargo, el primer escollo hace su aparición rápidamente. Son siempre talla única, el mismo para un varón de 150 kilos y dos metros de altura que para mí. Obviamente, me sobra por todas partes, tengo que darle tres vueltas a las mangas y cruzarlo tanto que se torna en una camisa de fuerza mullida. Total, lo que imaginaba sexy y calentito resulta ser ridículo y sofocante. Mi experiencia con la glamourosa prenda es un auténtico fiasco y bastante agobiante.

El grifo de la ducha hidromasaje y efecto lluvia tiene una ingeniería tan complicada que tardo muchos minutos en descubrir su mecanismo. Una vez abierto, el agua saldrá por el chorro que no debe y a una temperatura muy diferente a la que elegiría sí fueras libre y entendiera cómo funciona el grifo de marras. He llegado a llamar a recepción para que me enciendan la ducha porque había que pulsar, apretar y girar, como un bote de jarabe anti-niños.

Aprovechar para darse un relajante baño. Lo lleno al máximo, hago espuma con alguno de los botes (probablemente champú con acondicionador), me sumerjo y me aburro. Tengo ganas de salir antes de que se me ponga la piel de los dedos como un garbanzo. Y encima la espuma sólo se va con una ducha. Otro lujo que no se me escapa.


Me encanta un pedazo de hotel pero no lo disfrutaré por el triple rizo de sus toallas de algodón egipcio, no sé cómo hacerlo. A lo mejor tengo que ir más a menudo e ir aprendiendo poco a poco los entresijos del lujo.

08 enero 2015