31 julio 2014

Summertime.

Lo que espero de mis vacaciones…

Jean Marie Drouet, María Perelló, Denis Frémond, Miguel Coronado, Magí Puig y Benoit Trimborn
Sibman Gallery

Y si, finalmente, mis vacaciones no se parecen a esto, siempre puedo volver a la Place des Vosgescomprarme un poco de verano y colgarlo para siempre en mi pared.


¡Que ustedes descansen!
Nos vemos en septiembre.


28 julio 2014

Yo sí me arrepiento.

Hay gente que no se arrepiente de nada. Pues yo sí.

No tengo problemas de conciencia pero no me importaría haberme ahorrado los errores. Ya sé que todos los fallos cometidos nos ayudan a aprender, nos convierten en lo que somos ahora, nos hacen crecer… Pero tampoco vamos a hacer una fiesta cada vez que metamos la pata, ¿no?


Porque duermo plácidamente -bueno, no tan bien pero no viene al caso- y sin embargo me despierto pensando en aquello que no hice bien. Me doy de cabezazos por tomar una decisión errónea. Lloro por los fallos cometidos. Pido perdón (menos veces de las que debería). Pago el precio de equivocarme.

Me arrepiento todos los días de un sinfín de cosas:
- De pegar un berrido a mi niño sin que sea para tanto. Luego le colmo de besos para no sentirme tan cabrona. Pero le he reñido a destiempo y me pesa la culpa.
- De cortarme el pelo y, por ende, de no haberme cargado al peluquero aquella vez que lo pensé. Ahora toca aguantarse y vivir con el desaguisado y una coleta hasta que crezca.
- De cabrearme como una bestia y dejarme llevar por mi carácter latino/asesino. Toca pedir perdón y, aunque me desdiga, dicho está. Como el daño, que también sigue ahí.
-De hacerme la sueca cuando mi hijo está haciendo alguna trastada que debería represaliar pero no me encuentro con las ganas suficientes ni para castigar ni para ser consistente con lo que sea que le vaya a prohibir. Sé que no me estoy ganando el premio de educadora del día.
- De no haber hablado cuando pude y sea tarde para hacerlo. Cuántas veces me habrá venido a la mente la respuesta elocuente y apropiada para dejar a un maleducado (probablemente una vieja) mirando a la pared, sujetando un par de libros y con las orejas de burro.
- De llegar al punto en que mi nevera es un solar y recordar el momento exacto en el que me pudo la vagancia y pasé de hacer la compra. Y a ver qué ceno hoy…
- De ser vehemente y directa en lugar de sólo una de las dos cosas, que tiene mucho mejor arreglo.
- De no utilizar un factor de protección más alto y adecuado a mi palidez. Ahora luzco el “moreno” inglesa: rojo y con marcas de tirantes que me acompañarán el resto del verano.
- De comer mal demasiadas veces, puré de verduras compensado con grasas saturadas y carbohidrato de la mano del Príncipe de Beckelar. Menos mal que no me encuentro extrañamente cansada y pospongo analítica. Venga, más culpa por hacer eso también.
- De comprarme algo y dejarlo en la bolsa de la tienda hecho un guiñapo justo hasta que caduque la posibilidad de devolución. Y, encima, ahora le he cogido tirria a esa camiseta y las probabilidades de uso tienden a cero.
- De no haberme mordido la lengua porque me iba a envenenar. Y ahora soy una víbora que se ha zampado al blanco y monísimo ratón. Me va costar digerir el tema.
- De remolonear en la cama aunque haga un sol radiante.


Es muy difícil acertar. Metemos la pata, reconozcámoslo, arrepintámonos e intentemos no repetirlo demasiadas veces. Y, sobre todo, confiemos en que todos nuestros errores son compatibles con nuestros principios. Y, si no lo son, pues está más jodido eso de dormir a pierna suelta.


24 julio 2014

Huevón.

De mayor quiero ser huevona. Me fascina la manera que tienen de encarar la vida, como si nada fuese asunto suyo. ¡Y funciona!



Los huevones viven en un estado de perpetua armonía emocional, todo les viene importando un auténtico carajo. Su mente es una balsa de aceite –diría que, directamente, es Jaén-; nada les perturba. Ellos son el máximo estado zen y no necesitan yoga.
Relativizan tanto las cosas que nunca tienen la importancia suficiente. Entre sus manos puede encontrarse el devenir de la humanidad que ellos seguirán a lo suyo, "Perdona, ¿decías algo?".

Se rigen por unas reglas que desafían cualquier lógica. Donde tú harías algo, él no. Lo que tú preguntarías, a él ni le siembra la duda. Cuando tú comentarías, él calla. Con estos tipos, mejor no dar nada por hecho, seguramente esté todo pendiente…
Son capaces de mantener la compostura ante cualquier situación. Mientras el resto perdemos los papeles, ellos permanecen impertérritos. Un huevón no tiene nada que perder.

Tras su sempiterna mirada de ¿y a mí qué me cuentas?, se esconde un estratega de altísimo nivel. Esquiva cada golpe y nunca pierde pie. Consigue que el problema cambie de manos con razonamientos tan básicos que resultan demoledores de pura simpleza.
- ¡No tenía ni idea!
- De eso se encarga fulanito.
- ¿A qué te refieres exactamente?
- Es la primera noticia que tengo.
- Me estoy enterando ahora mismo.
- Esto no es cosa mía…
- ¿Me preguntas a mí?
Son los auténticos reyes escurriendo el bulto. Pueden estar años haciendo como que hacen hasta que alguien, décadas después, se percata del tongo. Y todo ha ocurrido a plena luz del día y delante de tus narices, ¡con dos cojones!

Para bien o para mal, ellos permanecen constantes, inmunes a todo en general.
Si mi vida dependiera de uno, me decantaría por una situación extrema; su pachorra les da el empaque suficiente para desactivar una bomba sin pestañear, pasando de cables rojos y azules... Para un tema sencillo, estás muerto, nunca harán esa llamada o enviarán a tiempo el mail del que depende tu existencia.



El caso es que no se puede cambiar a un huevón, el sujeto no tiene ningún interés en modificar su plácida existencia. ¡Se vive increíble en un pellejo impermeable! Y encima a estos tíos el chaparrón les pilla siempre con un paraguas a mano.
Así que yo también quiero.
¡Por una existencia más huevona!

21 julio 2014

El silencio.

Suena a la acompasada respiración de un niño profundamente dormido.
A nevera y a lavaplatos.
A vecinos moviendo sillas.
A las páginas de mi libro al pasar.
Al repiqueteo de la lluvia del norte en los cristales.
A teclas de ordenador.
A la inconstante vibración del teléfono sobre la mesa.
Al graznido de una gaviota perdida.
A los programas de televisión de toda la comunidad entremezclándose.
A alguien tocando el piano.
Al PC encendido.
A un grifo mal cerrado.
Al vuelo acechante de un mosquito.
Al clic-clic del ratón.
A retazos de conversaciones por el patio, ahora que llega el calor y abrimos las ventanas.
A una guitarra.
A persianas que se bajan bruscamente.

 

Lo mejor del silencio es su sabor: a victoria, a día superado. Porque a pesar de todos sus ruidos, en mi casa reina la paz.


17 julio 2014

Bebés de Bilbao.

Los bebés bilbaínos (o eso nos decimos por aquí) tienen fama de vestir bien. ¿Y qué quiere decir esto exactamente? Pues que nos encanta llevarlos con polainas, ranitas, gorros, faldones, pololos, de punto, de algodón, celeste, gris, blanco, rosa palo, beige, topo...


Existe, allende la muga, una tendencia a equiparar clásico y cursi. Aclaremos algunos conceptos para evitar tamaña confusión.
- Punto no es sinónimo de angora o perlé; menos aún de la terrible combinación de las anteriores.
- Piqué y puntilla son cosas bien diferentes. Tienen entidad propia y pueden darse por separado. La suma de ambos puede resultar espantosa si no se hace con mucha mesura.
- Blanco no implica almidonado, encañonado y con lazos.
- Celeste, rosa y beige no son colores Pantone, hay un sinfín de gamas y algunas resultan francamente feas y muy poco favorecedoras.

Veamos unos ilustrativos ejemplos de lo que, erróneamente, se mete en el saco de ropa clásica de bebé.


A mi mente sólo vienen adjetivos como empalagoso, antiguo y hortera. Supongo que transportarán al querubín en Inglesina tirada por corceles blancos.
El exceso de ñoñería queda, por tanto, descartado como opción para que nuestro retoño luzca en todo su esplendor.


La otra cara de esta moneda es una alternativa muy poco favorecedora. El progenitor prescindirá de cualquier tono claro y se volcará en los fucsias, pistacho o marrones. No sé, ¿a alguien le favorece el morado? Pues a un bebé tampoco. Acentúa los rasgos viejunos que todo recién nacido trae de serie. Me dan penita, se les ve tan feúcos a los pobres.
Y si te lanzas con esa gama tan colorida, es bastante probable que caigas en el vaquero talla 0-1 meses y sus correspondientes Nike del 18. ¿Acaso no tiene el resto de su vida para ponerse eso? ¿A nadie se le ha ocurrido pensar en esas costuras clavándose en sus piernecitas? Es que no me lo explico, oiga.

De nuevo, una imagen vale más que mil palabras.


¿No estaría este angelito mucho mejor sin diademas?


Creo firmemente en que los bebés -de Bilbao- vestidos de ídem están monísimos. Y para muestra, un botón.




Y si te parece demasiado, prueba a quitar los lazos, la capota de punto y, sobre todo, sácale del cesto. ¿A que ahora te pides uno?

14 julio 2014

Bruxista.

Rechino, aprieto, muerdo, castañeteo, mastico. Por las noches, soy percusión. Un cajón gitano en el que mis mandíbulas marcan el compás de mis sueños; de mis pesadillas si hay mucho jaleo.


Mi boca es de una calidad lamentable, aunque llevo una higiene bucal adecuada y voy con mucha –incluso demasiada- regularidad al dentista. Me gusta que me hagan higienes bucales y revisiones.
Pero a pesar de mis precauciones, doy trabajo en cada visita. Diría que, salvo ponerme un implante – y es una simple cuestión de tiempo-, he vivido en mis encías todas las experiencias odontológicas del mercado. Desde empastes en cada molar y premolar, pasando por coronas, extracciones, desvitalizaciones...
Es que mi problema no se reduce a un simple asunto de caries, no. A mí lo que me pasa es que los empastes se me caen, se me parten las muelas y se desprende un trozo, pierdo las coronas. Tengo la boca como un solar y, para rematar la faena, soy bruxista. Así que, con nocturnidad y sin alevosía, me fastidio mi propia dentadura mientras duermo.


Me di cuenta de mi patología demasiado tarde, el daño ya estaba hecho. Tuve que despedirme de la vitalidad de una muela tras padecer un lento y muy doloroso adiós. Literalmente, la machaqué hasta matarla. Y menos mal que sólo sucumbió el nervio, pudo haber sido la pieza entera y quedarme mellada una temporada. Todo quedó en una endodoncia. Total, por una más tampoco va a pasar nada.

Pero el bruxismo seguía ahí. Cada noche, apretaba tanto la mandíbula que soñaba que se me partían los dientes. Ciertamente desagradable. Había que poner fin a esta tortura dental. La solución, una férula de descarga. Es una funda rígida que se coloca en los piños (he tenido el formato para mandíbula superior y ahora estoy con la inferior). Su borde es grueso, se trata de que mantengas la boca entreabierta para reducir la fuerza de la articulación temporomandibular. En resumen, como si mordieras un palo, versión 2.0. Yo me siento un poco Rocky Balboa cuando me la pongo.

El comienzo de la relación con mi férula fue difícil; nunca amanecía con ella puesta, se me olvidaba 2 de cada 3 noches, la perdía por casa. Con el paso del tiempo, me acostumbré a su presencia. Empecé a notar que algo se me había pasado por alto si no estaba. Pasé a buscarla cada noche y ahora es una necesidad.

Es muy importante dormir bien y mi sueño es muchísimo mejor cuando es ella la que cobra en lugar de mis dientes. ¡No sin mi férula!


10 julio 2014

La compra.

Confieso que espío las compras ajenas. En la caja del supermercado, mis ojos se transforman en otro lector de códigos de barras. Inconscientemente -y por pasar el rato mientras llega mi turno- me quedo con todo lo que va pasando por la cinta. Saco mis propias conclusiones y me imagino cómo es tu vida. Es bastante entretenido, la verdad.


En la cola, suelo hacer rápidas valoraciones sobre el escaso juicio demostrado al adquirir algo que, en mi opinión, está asqueroso, limpia fatal, es carísimo, tiene una pinta horrible… Y me quedo tan tranquila tras juzgar y condenar por algo tan nimio.

He descubierto que hay gente que sí come esa cosa extraña que puede ser fruta o verdura y parece un cactus. “¿Se echará a la ensalada? ¿Se lo comerá directamente? ¿Cómo averiguó cómo se comía?” Cuestiones trascendentales para las que no encuentro respuesta.

A veces, me siento súper avispada porque me he dado cuenta, sólo mirando el carro, que no sólo es padre sino que tiene, por lo menos, dos hijos porque lleva leche Nidina 1 y Dodot 9-15kgs. Y es imposible que eso sea para el mismo niño.

Hay algunas compras que no dicen nada. Es la típica de la semana, sólo productos básicos para llevar una casa en condiciones: yogures, detergente, pan rallado, macarrones, filetes. Suelen durar un buen rato y aportan escasa diversión y nula información. Un coñazo, francamente.

Tenemos las de las familias numerosas. Tres carros a reventar donde todo es a lo bestia, como de Macro. 40 litros de leche, 6 docenas de huevos, el paquete de 5 kgs de Cola Cao (tienen la casa llena de baticaos), 1.500 galletas María, 56 rollos de papel higiénico. Y lo peor es que esta barbaridad sólo les dura 4 días. ¿Qué despensa tendrá esta gente?

Están las compras súper light con sus envases rosas y morados, todo 0% o incluso 0,0% y mucho pollo, fruta y verdura. Me gusta ver si estas personas tienen la misma pinta sana y en forma o son sólo buenas intenciones y, de camino a casa, pasan a por la churrería.

Tenemos las de eres un gordito, con pizzas, galletas, bollos, helados. ¡Directamente al michelín antes de pasar por caja! Aquí también miraré si estás a la altura de las expectativas o nada de eso deja huella en el peso. Raro que estemos ante el segundo caso.

Se ven, a veces, compras tipo algo no va demasiado bien en tu vida: 1 paquete de arroz, 2 botellas de whisky y 40 latas de comida para gatos. ¡Qué tristeza!

No puede faltar la vieja que va al supermercado diariamente y compra una única cosa cada vez. Normalmente, 50grs de jamón york; en estos casos, se da mucho la bolsita de charcutería con el ticket grapado. Obviamente, dará conversación a la cajera para que el proceso se prolongue de forma directamente proporcional al número de personas que haya esperando para pagar.

Me da un poco de cosa cuando en el carro se ve demasiada intimidad. Un champú anti-caída y que al propietario se le vea todo el cartón. Desodorante para súper sudones. Cosas con muchísima fibra para regular el tránsito intestinal –o hacer caca porque no te sale-. Condones que siempre se caerán del carro. Esas cosillas…

Y yo también me juzgo y me condeno cuando necesito palillos de oreja, cerveza, kiwis, papel higiénico, pilas y chicles. “¡Menuda compra rara me ha salido hoy! ¡Cualquiera que me vea! ¡Qué vergüenza!”.


Porque la compra es el espejo del alma y toma formas de lo más curiosas.

07 julio 2014

El lío de mi niño.

Llega un momento en el que todos los niños empiezan a dibujar su árbol genealógico. Saben perfectamente quiénes forman parte de su vida pero les cuesta trazar las líneas descendientes.


Francamente, me pregunto qué composición familiar se harán las criaturas. ¿Será lineal? ¿Circular? ¿Un árbol con ellos como máximo ascendente?


Los elementos principales del dibujo están claros desde el principio pero que los ubiquen correctamente es una labor harto complicada.

Papá y mamá son sus referentes. Sin duda. Aunque no vivan juntos.
Ahora empiezan a surgir las primeras cuestiones, cosas que no parecen encajar del todo. Nos necesita para poder colocar las piezas de su puzle así que él pregunta y nosotros se lo explicamos. A su ritmo pero diciendo siempre la verdad. Dando los detalles necesarios pero sin aclarar nada que no haya planteado. Tratamos de contestar de la mejor manera posible para que sienta que los dos estaremos ahí siempre, duerma con quien duerma.
Mi sobrino lleva este tema estupendamente. Nada le chirría, tiene clarísimo que es el papá de Pispi y quiere ir a jugar a su casa.

Los abuelos son esa gente tan importante a la que adoran y quieren con locura. Son garantía de juego, risas, chocolate, besos, cosquillas, dibujos, aventuras, gusanitos y abrazos.
Ahora bien, cuando informas a los nietos de que esas personas son tus propios padres, cortocircuitan. No lo ven nada claro. El simple hecho de que tú tengas progenitores es algo que les cuesta comprender, como si la paternidad fuese sólo cosa de niños.

Las tías tampoco son de fácil asimilación. Una cosa es que estén presentes en sus vidas con periodicidad diaria y, otra muy diferente, que seamos hermanas. El hecho de que compartamos padres es algo que está fuera de lugar. “Tía Lola, que no le llames papá, que no es tu papá, es el papá de mi mamá.” Menos mal que la criatura tiene hermano, simplifica la explicación.
De momento, esa inquietud no ha pasado por la mente de mi hijo único –y cruzo los dedos-.

Los tíos por vía matrimonial es un área que no genera demasiada incertidumbre. La única pega es colocar a los abuelos de su primo, que mi hijo se ha agenciado como propios. Eso sí, la suya por vía paterna es exclusivamente de su propiedad.

El novio de mamá es la figura más controvertida del árbol familiar. Mi niño sabe que está en el dibujo, que forma parte de su vida, que es algo suyo. Pero no sabe cómo.
Al principio, lo metió en su –nuestra- familia utilizando los apellidos, conoce esta forma de vincularnos a todos y le pareció que por ahí podían ir los tiros. Pensó que el segundo apellido del novio de mamá sería el mismo que el suyo –véase, el mío-.
Ahora, estamos con los lazos de sangre y me pregunta si es mi tío. De nuevo, toca aclarar la situación.
Además, mi sobrino se ha sumado a la movida haciendo sus propias cábalas sobre qué le une al novio de la tía. No quiero ni pensar a qué clase de conclusiones habrán llegado los primos debatiendo sobre estas cuestiones.



Un niño tiene espacio para querernos a todos. Da igual cómo nos coloquen, mientras aparezcamos en su pequeño galimatías genealógico.

03 julio 2014

Criadas como chicos.

Mi tía tenía la teoría de que mi padre nos ha criado como a hombres. Supongo que ser el mayor de cinco hermanos varones tuvo la culpa de su escaso conocimiento sobre el universo femenino. Y si no quieres café, toma tres tazas, que somos sus hijas.


Así que, ahí se encontró él, un aventurero desastre con tres criaturas con lazos. El panorama se presentaba complicado. Si a él lo que le gustaba era trepar, ir al monte y construir mecanos, ¿qué hacer con tres princesas rosas? Su respuesta debió de ser lo que me dé la gana.

A mi padre le gustaba que fuéramos las más avezadas del parque. Bajábamos las anillas como monos, callitos teníamos en las manos de tanto descenso. HermAna era la única criatura allende los parques capaz de darse la vuelta y volver a subir por ellas. Los chavales alucinaban, generando muchísima vergüenza infantil y una grandísima satisfacción paternal.

También era el único progenitor que enseñaba a su prole un uso alternativo y más peligroso de los columpios, haciendo oídos sordos a nuestros temores.
- Papá, es que me da miedo.
- ¡Qué miedo ni qué miedo! ¡Anda, tira que de aquí no nos vamos hasta que trepes hasta arriba y bajes!
- Es que sola no puedo.
- Pues yo no te voy a ayudar a bajar así que tú verás cómo hacemos.
Y, claro, no quedaba otra, dándole la razón a mi padre y alas para la próxima sesión.

Odiaba las Barbies así que en mi casa no entraban. Podíamos tener un Nenuco, una Nancy, las Barriguitas o a Chabel (la versión de FEBER, para la que se acuerde) pero la rubia tetona no era bienvenida en nuestro hogar. Así que yo, que siempre quise una, sólo pude tener a la colega morena con el precioso nombre de Princesa Laura. No quiero saber cuántas discusiones le costaría a mi madre conseguir colar el ejemplar por mi cumpleaños.

Nos llevaba al monte siendo auténticos renacuajos. Y no me refiero a un paseíto de una hora, hablo de excursiones de día entero. Toda la jornada andando (siempre me ha parecido que se las ingeniaba para que sólo tocara subir) con cuatro o cinco años. De dar la mano, nos olvidamos. En algún momento de compasión nos dejaba agarrarnos -que a esas alturas era casi colgarnos- de las correas de la mochila.
- Papá, no puedo más.
- ¡No digas no puedo más porque siempre se puede!
- Papá, es que estoy muy cansada.
- Pero si acabamos de salir.

Con él hicimos nuestro primer rapel y aprendimos una valiosa lección: como el mosquetón te pille un mechón, reza para estar muy cerca del suelo. El miedo lo teníamos, pero fuimos aprendiendo a lidiar con él. Si mi padre decía que se bajaba por ahí, sólo era una cuestión de tiempo acabar haciéndolo.
- Papá, no me atrevo.
- ¡No digas tonterías!
- ¡Es que no sé! ¡¿Y si me caigo?!
- ¡Qué gilipolleces son ésas!
Y todo eso mientras seguíamos sus indicaciones:
- ¡Pon un pie ahí! ¡Ahí no, hombre! ¡Allí!
- ¡Baja más el culo!
- Los pies a la altura de la cara, bonita.
- La mano así no.
- ¡Qué bajes más el culo!
- ¡Ya está! ¿Ves qué bien lo has hecho?



Creo que mi tía se refería a que no jugábamos a las princesas ni a las casitas, con papá corríamos aventuras. No nos protegía de lo que temíamos, nos animaba (empujaba incluso) a hacerlo. Nos enseñó lo que a él le gustaba y, sobre todo, a ser valientes.
Pero mi tía ha sido siempre muy exagerada...