31 octubre 2013

Somos 2.

Mi familia: Pispi y yo
Nota: No está a escala ni de coña, ojalá tuviese ese tamaño tan manejable.

Somos dos pero estoy yo sola dirigiendo el cotarro. Es duro, complicado, cansado. Ser padres no es tarea sencilla. Ejercer en solitario, tampoco.
A veces, cuando el niño se transforma en un hijo de puta –su madre soy yo y acepto la parte del insulto que me toca- me frustro. Entonces, imagino que todo sería mucho más sencillo si formase equipo con un –genérico, amplio, difuso, sin cara y sin faltar- papá. Dos adultos contra un renacuajo desbocado me huele a victoria.

Parece ser que lo que estoy haciendo es idealizar, me lo ha dicho mi hermAna (marido y dos hijos) y la creo a pies juntillas. La realidad sería más del tipo no sólo vas a tener pollo con tu hijo poseído, además discutirás con el papá de la criatura porque cada uno tiene un enfoque ganador sobre cómo manejar la situación. Y me vino tan bien conocer esta parte de la historia, el lado oscuro de la familia estándar, the dark side del matrimonio con hijos.


Así que me he puesto manos a la obra y he encontrado las ventajas de este formato de maternidad (también aplicable a la paternidad). De momento, no entraré en los inconvenientes de hacerlo sola, estoy tratando de pensar en positivo y hacer terapia.

Mis pautas.
Marco las rutinas que mejor se adaptan a mi vida. No tengo que tener en cuenta otra agenda. Me organizo en función de mis posibilidades y mis necesidades. No hay cambio de planes que no haya decidido yo o sea culpa mía. Somos únicamente el peque y yo y hacemos lo que yo digo.

Mis reglas.
Suelo ser bastante estricta con los horarios. Me resulta más sencillo y él lo agradece. Empezamos con rituales de baño y cena a las 8:00 y para las 8:30-9:00 está acostado (que no es sinónimo de dormido). En mi casa anochece cuando lo dice mamá.

Mi autoridad.
Soy el poli bueno y el malo. Cada castigo que le impongo, es una losa con la que tengo que cumplir. No hay nadie para desautorizarme. Así que, si castigo sin Rayo Mcqueen, se va a quedar sin coche. Y va a llorar y patalear pero no se lo voy a dar. Y puedo mantenerme firme porque no hay papá boicoteándome ni haciéndome sentir como una pérfida madrastra. Y a esto, en psicología, se le denomina ejercer de figura paterna, ¡manda huevos!

Yo me lo guiso, yo me lo como.
Puede que algún día me tome una caña y se haga un poco más tarde. Sé que es pan para hoy y hambre para mañana. Esa media hora de retraso sobre el horario habitual se va a volver en mi contra. El peque estará más cansado y el momentazo está garantizado, lo de menos será el motivo. Pero ha sido mi decisión y me tengo que aguantar. No tengo cabeza de turco, sólo la mía y me la voy a dejar puesta.

Mis errores.
Si no soy consecuente, constante, firme o perseverante será mi problema. Tendré uno seguro pero ya me culpabilizaré y fustigaré si lo estimo oportuno. También puede que me dé por ser generosa y perdonarme mis fallos... ¡Qué coño! ¡Eso no va a pasar!


En fin, que lo que es complicado es ser padre en general. Solo o acompañado, este camino está lleno de trampas y difícilmente no caerás en ellas. Habrá que pertrecharse para el viaje y disfrutar del bonito paisaje.




28 octubre 2013

Mentiras arriesgadas.

Soltar una trola es muy peligroso, independientemente de su calibre. Cuando mientes, tarde o temprano, te pillarán. Puedes tardar años en darte cuenta pero, cuando esto suceda, difícilmente volverá a ser lo mismo. Y lo vivido con esa persona quedará devaluado. Ahora, ya sabes que miente, ¿volverás a confiar?

Creo que existen diferentes niveles de bola; ninguna de ellas te llevará a buen puerto. En todos los casos partiré de la siguiente premisa básica: el mentiroso no quiere ser cazado. La idea opuesta me hace petar plomos y querer que pases horas tirado en un diván charlando con un buen profesional.



La mentira que no lleva a ninguna parte.
Ésta, directamente, no la entiendo. La relación esfuerzo-beneficio me parece completamente desequilibrada. El trabajo que supone meter la pipa, acordarte y mantenerla en el tiempo es desproporcionado.
Las farsas suelen girar en torno a cosas vacías, materiales, y eso lo hace aún más patético. Engañas sobre qué has hecho, visto, estado, comprado, follado, posees, su precio… Chorradas relacionadas con la imagen y el estatus que te gustaría tener y de los que, obviamente, careces. Necesitas epatar a tu público, sentirte más y mejor. Y a tus oyentes (mayores de 15 años) les importa un auténtico carajo. Si son tus amigos, te querrán por cosas inmateriales. Si son conocidos, te estás dejando en evidencia.
Cuando buscas ser el centro de todas las miradas, deberías pararte a analizarlas con algo más de detalle, seguramente no se parecen nada a lo que crees. No hay envidia, tal vez vergüenza ajena y un poco de lástima.

La mentira.
A secas. Un no en lugar de un sí. El tamaño e importancia son variables –quedan fuera la piedad y la buena educación- pero cuando desenmascaras, no hay vuelta atrás. Entenderás las motivaciones o no, pero esa persona ha quedado en evidencia y, evidentemente, pasará factura a la relación. El precio de la jugada es función de la edad, la bondad, la estupidez, el rencor, el cansancio, la incomprensión, la decepción, las vivencias…

La no-verdad.
Dejar que alguien entienda lo que no es contando trozos de la verdad es mentir. Tu conciencia estará más tranquila, pero es una pipa en toda regla. La diferencia frente a la estándar es que cedes a tu interlocutor, muy amablemente, la responsabilidad de sacar las conclusiones inadecuadas. Pero tú estás pastoreando, guiando hasta el punto de confusión. Y como eso se hace de forma muy consciente, tu no-verdad es una mentira auténtica.
La parte buena es que siempre te podrás escudar en que no te has inventado, aunque eso está tan lejos de la verdad...

El silencio mentiroso.
Omitir algo de enorme relevancia, determinante a la hora de componer la imagen de una persona, es un engaño gigantesco. No ha habido ninguna pregunta, por tanto, el acto de mentir no ha tenido lugar. Sin embargo, el infractor sabe que ha de mantener la verdad oculta para poder seguir siendo quien quiere ser a ojos de los demás.
Esta clase de trampa me parece muy cabrona, tu mudez coacciona, quita a la persona la libertad de escogerte, o no, para que formes parte de alguna parcela de su vida. Si supiera lo que no te atreves a contar, ¿seguirías estando ahí? Sabes cuál es la respuesta, por eso necesitas ocultar tu realidad.

El autoengaño.
De éste no vamos a salir indemnes nunca. Aunque nos esforcemos por no ver, negar, obviar, pasar por alto, meter bajo la alfombra… nuestra mente es muy hija de puta. Y puede que consigas mantener el equilibrio una temporada, incluso durante mucho tiempo, pero un día aparece delante de tus ojos. Todo lo que no querías que existiera, se materializa ante tu atónita mirada. Toma la forma de todos tus miedos, lo que te has ocultado y, además, se ha hecho más y más grande con cada día de ceguera. Y, entonces, te pega una hostia que te hace perder pie. Ahora, a lidiar con tu cruda realidad, a ver cómo se hace eso.



El engaño tiene mil caras pero la decepción que genera es uniforme, universal, sólo cambia su tamaño. Y el antídoto, queridos niños, es el callo que se forma a base de tropezar con la misma piedra. Yo todavía no estoy segura de tenerlo.

24 octubre 2013

Viejas: exterminio ¿sí o no?

Desconozco en qué momento se pasa de ser señora a vieja. Sé que no es una cuestión de años sino de actitud, hay viejas desde edades muy tempranas. ¿Cómo se pone en marcha el proceso? ¿Es progresivo? ¿Todas llevamos una vieja dentro? ¿Es irreversible una vez desencadenado?

No lo puedo evitar, es superior a mis fuerzas, es ver una y odiarla de inmediato. No las soporto. A ninguna. Me enervan sobremanera. No he conocido ninguna señora mayor que encaje con el perfil de adorable ancianita con toquilla, en plan la abuelita de Pedro y sus panecillos blancos. Nunca, jamás, todas me parecen una viejas y, por ende, unas zorras con muy mala idea.


Soy consciente de lo cruel que puedo sonar pero yo sólo veo hijas de puta camufladas de fragilidad y fuertes como robles. Manipuladoras con piel –arrugada- de cordero. Maleducadas enarbolando su edad y su bastón como excusa para saltarse la buena educación y los modales. Jetas exigiendo los supuestos privilegios que otorga la vejez. Derechos que ellas se merecen de puro vivir, aunque no estén registrados en ninguna parte ni respondan a lógica alguna:
- La cornisa les pertenece los días de lluvia aunque sean las únicas totalmente pertrechadas para el chaparrón: paraguas de 2 metros, gorro y katiuskas. Juraría que bajan a la calle en cuanto empiezan a caer las primeras gotas, por joder. No se va a pasar una todo el día pendiente del tiempo para no restregar su previsión a la mojada humanidad. Y, de paso, colapsar los trozos de acera que ofrecen algo de protección a los viandantes calados.
- El asiento del metro ha de ser suyo, aunque estés embarazada de 9 meses y ella tenga 63 años. En estos casos, se puede señalar la pegatina en la que aparecemos también como ciudadanas preferentes.
- Saltarse la cola del supermercado por llevar un artículo menos. Piénsatelo bien antes de ceder el turno porque van a pagar en monedas de céntimo las 10 latas de comida para gatos. Y odiarás tu civismo. Lección aprendida: “Lo siento señora, tengo mucha prisa.” Sonrisa cordial y entrañas hirviendo de puro rencor. Si ha tenido todo el puto día para hacer recados, qué prisa tendrá ahora.
- Intentar colarse siempre, especialmente en Correos que es un sitio muy pereza para estar. No dudaré en llamar inocentemente la atención sobre este hecho y decir que estaba yo, aunque me haya visto de sobra la muy perra. Siento como la sangre palpita en mis sienes, mi pulso se acelera, la yugular se inflama.
- Cruzar en rojo a la velocidad de un puto caracol. Si voy en coche, tocaré la bocina entre 30 segundos y un minuto. Y menos mal que tengo a bien frenar...
- Pensar que su inteligencia es superior a la de cualquier mortal que la rodee. “Señora, esto es cola única. El último es el señor del fondo. Sí, ése, el que está tan lejos.” El placer que siento al decir esto es indescriptible. La vieja sólo verá mi cara de “no se preocupe por equivocarse, somos humanos” pero yo estoy pensando “¡Te pillé, maldita zorra listilla!”
- Cambiar de opinión en una misma frase, varias veces. Así es imposible no tener razón. “Pues eso, lo que yo te decía...” y listo. Aquí tengo que irme a otra habitación para no gritar “¡Y una leche! ¡Me estabas diciendo justo lo contrario, loca de mierda!”
- Pensar que son ágiles y avezados zorros –a pesar de necesitar andador- cuando son lentas y previsibles viejas. Su poder para subestimarte es tan grande…


Aunque no lo parezca, este tema me desazona mucho. El tiempo apremia, nuestras progenitoras están a punto de ser una de ellas… ¿Y qué vamos a hacer entonces? Pues ya está hablado. Mi madre va a ir al asilo del pueblo de papá. A él le dejaremos en casa, los viejos son más llevaderos. Está avisada desde hace años, sabe que no soporto a las viejas. Nunca ha puesto demasiadas objeciones, creo que lo ve muy lejano.

Lo peor de todo es que, cuando sea mi turno y no quede más remedio que volverse una de ellas, seré la más zorra de todas las viejas.

21 octubre 2013

¡Castigado!

Los niños necesitan castigos. A veces, lo piden a gritos –literalmente- y, otras, se lo merecen porque se está portando de puta pena. No te queda más remedio, tienes que hacerlo. Hay que enseñar que eso no se hace, que las acciones tienen consecuencias y todo lo que ya nos sabemos de memoria los progenitores. En eso consiste educar, claro.
La movida es que luego tienes que llevarlo a cabo. Hasta el final. Y ésta es la parte complicada.


El proceso suele ser el siguiente. Voy quitando los juguetes uno a uno, a ver si cuela. Pero no, él casi nunca para hasta que han caído todos sus entretenimientos favoritos. Y mi castigo es siempre hasta el día siguiente “Como sigas así, te quedas sin coches. Cuento 3. ¡Una! Te aviso que como llegue a 3 y no te hayas levantado del suelo te quedas sin los coches, ¿eh? ¡Dos! O te levantas ahora o ya te he dicho que no vas a jugar hoy con coches… ¡Y tres! ¡No hay coches!” Seguimos en el suelo y ahora el berreo ha subido unos cuantos decibelios. Está más encabronado y con más ganas de dar por saco y desobedecer que antes. Toca repetir proceso. Hasta que lo consiga. Es un auténtico coñazo.

Sin embargo, la peor parte está por llegar. Y ésa me la voy a jamar yo solita. Son las 5 de la tarde y me he quitado, de un plumazo, todos los recursos a mi alcance para que la criatura pase el tiempo. A esto hay que sumarle el llanto desconsolado cada vez que le recuerdas que no tiene acceso ni a Rayo McQueen y su cuadrilla, ni a los aviones, trenes, televisión, iPad, legos… ¡Coño! ¡Si no me queda nada! ¿Qué cojones voy a hacer durante tantas horas?
Y tengo un diálogo interior muy esclarecedor después de gritar “¡Castigado!”:
- ¿Quién?
- ¡Hostias! ¡Yo!
Mucha educación –buena, intento- pero el infierno es tuyo. Son tropecientas horas de niño enfadado, aburrido y sin juguetes a su alcance. Y sé, que si no te mantienes firme, no habrá servido de nada el mal rato pasado, los gritos invertidos, la paciencia agotada. En cuanto cedas, la victoria será suya. Tú serás un pardillo y ellos interiorizarán que a base de insistir, se vence. No son listos ni nada para tomarte la medida. Y la próxima vez, te costará el triple de esfuerzo.

Al final, termino haciéndome trampas al solitario. No le dejo ninguna de las cosas prohibidas pero busco algún entretenimiento paralelo para matar el tiempo y que yo pueda salir viva de semejante fregado. Así que podemos pintar, leer un cuento, jugar al escondite o hacer un puzle.

Porque aunque le castigue sin sus cosas preferidas, no soy gilipollas y me dejo siempre una salida.

18 octubre 2013

Día internacional contra el cáncer de mama.

Me parece genial que haya un día, mundial nada menos, en el que se haga hincapié en cualquier tema importante tipo calentamiento global, capa de ozono, abandono de mascotas, pesca furtiva de ballenas, matanza de focas, sin coches, sin luz, sin humo, deforestación... Hoy le toca el turno al cáncer de mama.

Estos días son para concienciar, creo. En algunos casos, entiendo la lógica perfectamente: el planeta depende de lo que nosotros hagamos con él, cuidémoslo. Mensaje claro. Comprendo la jugada.


Pero éste del cáncer de mama no termino de pillarlo del todo...
Entiendo la parte económica, supongo que será la fundamental de la jornada. Habrá colectas, los laboratorios que investigan recibirán más fondos y los euros rularán a destajo para obtener la “cura”. Eso quiero pensar.
El lado mediático también lo comprendo; la enfermedad saldrá más en la prensa durante unos días y eso, presumo, mejorará la recaudación.

Sensibilizar a las mujeres para que se hagan mamografías anuales, perfecto como parte del pack del 19 de octubre.


Entonces, empiezo a sentir cierta incomodidad con este día.
- El nombre, para empezar, me parece una gilipollez. “¿Tú estás a favor o en contra del cáncer de mama? Yo, en contra, tía.” A mí me suena tan ridículo. No creo que haga falta haberlo tenido para darse cuenta de la memez que supone esta aclaración.
- Todo lleno de lazos y movidas rosas no me entusiasma. Tiene un punto festivalero, como de celebración, que no viene a cuento. A ver, estamos enfermas, no veo el punto de ponerse a hinchar globos. Es que veo a tiro de piedra la cabalgata del Orgullo del Cáncer de Mama.
- Las reinas de las mañanas de la televisión con su lazo de raso en la solapa, menuda farsa. No quiero que utilicen mi enfermedad como excusa para un programa temático y lacrimógeno, con mucho testimonio, cara de circunstancias y frases hechas sobre la fuerza, el valor y la unión de las mujeres en esta lucha. Puro marketing. Sobra.
- El momento pegatina en la calle me produce sensaciones encontradas. Primero quiero dejar 100€. Luego, decirles “Ya tengo –cáncer-, gracias.” y no dar ni un céntimo. Por último, mangarles la hucha y pedir para mí que, como le cuente mi historia a la colectora, me da la recaudación de toda la Zona Norte.
- Es ahora cuando saltarán noticias tipo “Esperanzador ensayo que se encuentra en fase de pruebas; de momento, sólo se ha probado en una cucaracha.” ¡Anda! ¡Pues menudo notición! Lancemos campanas al vuelo sin tener ni idea. Las cancerosas agradeceremos sobremanera que todo el mundo comente con nosotras esta información dándola por cierta, real e inminente cuando no sabremos nada de esto hasta el 2057.
- La obligatoriedad del lazo, como si no llevarlo te hiciera peor persona. O, bueno, al colgártelo te transformaras en alguien más íntegro, generoso y comprometido, “Es que yo soy súper anti cáncer, ¿y tú?”


Vamos que, a nivel personal, este día me deja bastante fría. No me llegan nada unos desconocidos haciendo gestos públicos vacíos pero cargados de rosa. Me quedo con mi gente siendo cariñosa y estando conmigo los 365 días del año.

17 octubre 2013

Cosas absurdas que me producen sensación de victoria y gran satisfacción.



- Que el ascensor esté en la Planta Baja cuando llego al portal. Es una alegría tipo “¡Toma ya! ¡Soy una jefa!”. Me pasa cada vez, como si los astros se hubiesen alineado para darme la bienvenida y ahorrarme la espera. Que esté en mi piso cuando voy a bajar a la calle no me produce sensación de ninguna clase.
- Que me sobre tiempo por las mañanas. Siempre me levanto a la misma hora y hago exactamente lo mismo pero me siento triunfal cuando voy 5 minutos antes del horario previsto. Esto puede cambiar en cualquier momento y acabar yendo a la parada a la carrera.
- Pelar una fruta y conseguir quitar toda la piel en una sola tira muy larga. Tengo ganas de compartir con el mundo tamaña hazaña y gritar que soy la hostia. Ya, yo tampoco lo entiendo. Totalmente desmedido.
- Que el gordito se coma unas verduras me produce un grado de satisfacción desproporcionado; más aún cuando las frutas y las legumbres me la sudan mogollón. Sin embargo, cuando le endiño un plato de vainas, el cuerpo me pide la música de Rocky sonando a todo volumen. Estoy a punto de levantar los brazos y ponerme a dar saltos.
- Descubrir en mi armario –o en el de mi madre o hermanas- ropa de hace mil años y volver a darle salida. ¡Victoria absoluta!
- Leerme un libro súper rápido. Normalmente, será sinónimo de que me ha gustado, pero el simple hecho de terminarlo en dos o tres días me flipa. Mi propia velocidad merece una ovación. Tengo ganas de chocar 5 con alguien de pura rapidez lectora.
- Encontrarme un punto negro imperceptible al ojo humano. Acabar con él dejándome la zona hecha un cristo. Creo que he sometido a las fuerzas del mal; intentaban camuflármelo pero no, soy más lista. Di con él y lo exterminé. ¡Gané!
- Hacer circuitos con vías de tren para mi deleite, con la excusa de que es para los niños. Los construyo súper largos, con curvas, cuestas, estaciones, puentes, ochos… y observo encantada el resultado de mi obra. Ingeniera de caminos, oigan.
- Que suene una canción, me la sepa y me salga el nombre del grupo. Como esto último sucede poco, lo comunico a todo aquel que se encuentre en mi radio de acción como si fuese la leche. A ellos no les importa nada, obviamente, pero no me doy cuenta hasta que veo su cara: cero alegría compartida. Insisto un poco “Oye, que me la sé, ¿eh? ¿No te suena? Pues sale en un anuncio de coches y...” y, entonces, les sangra la oreja.
- Que los hijos de mis amigas me quieran, me reconozcan, me echen una sonrisa y me hagan caso. Suena cursi pero el punto está en que lo hagan exclusivamente conmigo, o más a mí que a las demás. Las comparaciones son odiosas, lo sé, pero me encanta. “¡Ja! ¡Pues claro! Es que Tía Lola es súper maja.”
- Cambiar de canal en cuanto aparece Pablo Motos pensando que yo solita hundiré sus índices de audiencia. También le deseo alopecia fulminante.
- Ir a una boda vestida de baratillo. No es una cuestión de presupuesto, en peluquería, maquillaje y manicura no tengo reparos. Es el saber que mi vestido de 20€ está dando el pego bodero –eso creo yo- lo que me hace una ganadora.
- Si estoy cometiendo algún crimen alimenticio, lograr que alguien se cebe conmigo. Cualquier atisbo de culpa se esfuma de inmediato y las calorías ya no cuentan. Si tengo chocolate, os ofreceré a todas para que engordemos juntas. Sí, soy bastante perra pero c’est la vie, me sienta bien hacerlo.
- Encontrar errores de raccord chorras en pelis malas. “¡¿No te has fijado?! ¡Llevaba el bolso en la otra mano!” Y pensar que soy la más espabilada y guay de todo el cine.
- Un melocotón o un tomate súper ricos. Es como encontrar le piedra filosofal, dar con la alquimia frutera. Algo que compartiré con muy pocas personas para que no los gasten. Con estos alimentos light, no necesito compañeros.


Sé que son cosas estúpidas. No tengo ni idea por qué me producen satisfacción o, lo que es peor, un sentimiento de victoria, de haber derrotado a un universo tramposo. Es todo un poco extraño...

14 octubre 2013

La comida y las bodas.

No importa el tipo de boda a la que vayas, más informal, más de postín, de día o de tarde, civil o religiosa, la comida las une a todas.

El aperitivo.
Se desatan aquí los instintos más primarios del ser humano. Es una cuestión de supervivencia. Todos nos volvemos cazadores, vigilantes, sigilosos, al acecho del canapé.
En apenas unos minutos, hemos localizado la zona de salida de las bandejas, dado con el itinerario del servicio, localizado qué camarero es amigo y cuál enemigo, la frecuencia de las bebidas, la cantidad exacta de copas tinto, blanco y cerveza por viaje. El entorno ha dejado de ser hostil, tenemos la situación bajo control.
Pues resulta que no, todos han hecho el mismo análisis exhaustivo del terreno. No hemos sido más espabilados que el resto, nuestro secreto de sabiduría máxima es conocido por todos. ¡Es la guerra!
Los invitados volamos como aves de rapiña cada vez que se acerca una bandeja. Acorralamos al camarero y, a pesar de la elegancia de nuestros ropajes, no dudaremos en dar un codazo, colarnos, empujar o dar un pisotón si es necesario. Si no llegamos a tiempo de hacernos con una presa, pasaremos seña a ese compañero que sí está colocado y cazará también para ti. Es muy importante la selección de estos cómplices, tendrás acceso a mucha más comida.
Y cuando crees que has estado sembrado, que has triunfado en este aperitivo, escuchas una retahíla de delicias que, no sólo no has probado, es que ni siquiera las has visto.”¡¿Cómo es posible?! Si mi técnica está depuradísima...” Pues te has quedado sin foie con cebolla confitada, copa de salmón marinado y guacamole, brochetas de bogavante.

La comida.
En este momento todos somos críticos de la guía Michelin. No comemos, catamos, degustamos, olemos, saboreamos y, claro está, opinamos como profesionales gastronómicos que somos.
Da igual que normalmente ingieras cualquier cosa y te parezca bien. No tendrás en cuenta que tus espaguetis son asquerosos y los cenas encantado. Aquí se trata de poner nota y, mientras más peros encuentres, mejor te sentirás. Es como si la decepción alimenticia fuera sinónimo de ser persona de mundo, alguien vivido, con experiencia en la vida.
A una boda acudes con expectativas culinarias altísimas para que la comida nunca esté a la altura y lo puedas comunicar -con mucho aplomo y gran sapiencia-. Si no conoces el sitio, te crearás alguna en función de nada y te esperarás siempre más.
En caso de haber oído hablar mal, confirmarás los rumores y te harás fuerte en la sabiduría popular. Si todo parece indicar que comerás increíble, la ignorancia de las masas conformistas será tu estandarte y sentirás una gran decepción.
El caso es que comerás como un auténtico cerdo pero opinarás como un gourmet.

La barra libre.
Es el momento de hacer valer nuestra latinura. Es gratis, pues voy a pedir las copas de dos en dos, porque la barra está hasta arriba y luego voy a tener que esperar mucho. Terminada la primera copa, la segunda está un poco aguada así que mejor voy a pedirme otra; bueno, dos que esto está a tope y paso de volver a hacer cola…
Volvemos a ser unos buitres pero con mucha menos soltura que durante el aperitivo. El alcohol va haciendo mella en nuestra capacidad depredadora y todos nuestros movimientos serán a cámara lenta. Dejaremos nuestras intenciones bien a la vista y quedaremos en evidencia ante todos aquellos que mantengan algo más la compostura que nosotros.
Por supuesto, tus niveles sibaritas seguirán elevadísimos y no entenderás por qué no sirven el gintonic con pepino, regaliz, moras silvestres y cilantro, es inconcebible. Cada fin de semana, bebes colonia alegremente pero eso no viene al caso.

La recena.
Es físicamente imposible que tengas hambre, comer algo es más bien una proeza. Pero ves pasar una medianoche y tiene que ser tuya.
Dada la hora y considerando que estás cocido como una merluza, el crítico gastronómico que llevas dentro está desmayado por los efluvios etílicos. Te da igual jamón, queso o chopped de Mickey Mouse con ojos de aceituna. Es lo único que te va a parecer bien de toda la boda.

Y, al final, lo que menos te importa es la comida. Con lo que te vas a quedar es con un montón de buenos recuerdos, anécdotas, risas, marujeos y una buena resaca.



Enhorabuena a L. y J. y a M. y R., que seáis muy felices y comáis perdices.

11 octubre 2013

In Memoriam.





Tu anillo en mi dedo.
Tu sonrisa a fuego en mi memoria.
Tu ausencia, una puñalada en el corazón.
La pena, un nudo en mi garganta.
El dolor se escapa húmedo por mis ojos, corre mejillas abajo.
Te quiero tanto, madrina.

07 octubre 2013

Espejito, espejito.

Cuando te transformas en el espejo de quien no quiere mirarse, tienes un problema.

A veces, sin saber por qué, devuelves a alguien la imagen de sí mismo. Es algo que no controlas y, por tanto, no puedes evitar. No comentas, no dices, no opinas, simplemente eres tú devolviendo un reflejo. El suyo. Y así como Narciso se encantó y se enamoró, a algunas personas no les gusta lo que ven.



Supongo que no es lo que tú opinas sino lo que ellos creen que estás pensando, aunque no abras la boca y tu rictus siga impávido. Directamente, presumen que a ti, como les sucede a ellos, te disgusta su comportamiento.
Puede que no te parezca bonito pero te dé exactamente igual el tema. Cabe la posibilidad de que, si se tratase el asunto y te preguntaran tu opinión y esa persona te importase lo suficiente, dirías lo que piensas. El caso es que tú estás al margen y ellos se han juzgado y condenado a través de ti. Han modelado en tu silencio su propia opinión. Se han enfadado con ellos pero lo están contigo. Y entonces, llega la distancia y el frío.

Cuesta darse cuenta de que algo así está sucediendo. No es evidente. Le das vueltas, lo diseccionas, lo analizas y, entonces, descubres que te ha vuelto a pasar. Lo has hecho otra vez. Has reflejado. ¡Mierda!

03 octubre 2013

Harlan Coben o enganchada.

Cada libro precisa su momento y yo a veces necesito a Harlan Coben.

Cuando no puedo concentrarme, me atrapa. Si estoy aburrida, me entretiene. Consigue encandilarme e intrigarme cuando nada me distrae. Hace que devore una página tras otra. Logra que pasen horas sin que me dé cuenta. Retomo el hábito de la lectura cuando lo tengo abandonado. Me recuerda que leyendo me lo paso increíble.

Sólo requiere unas líneas de concentración. En menos de 20 páginas ya eres suyo. Un capítulo y estás rendido. Ahora, estás a su merced y a la de sus asesinos, sus misterios, sus desapariciones, sus mafiosos, sus peleas, sus detectives, sus persecuciones, sus intrigas, sus buenos defectuosos, sus malos con conciencia. Seducción fatal. Atracción total.


El único problema es que cuando empiezo, no puedo parar. Devoro todos los que pillo y al final no recuerdo ni la historia ni al asesino. De hecho, no estoy segura de haberlos leído todos. Según mis cálculos y mi pobre memoria, todavía me queda uno así que dese prisa, Mr. Coben.

02 octubre 2013

Sesenta años...

  

De hermana mayor.
De tía adorada.
De millones de risas.
De madrina.
De Sanlúcar.
De crear familia.
De hacernos sentir bien.
De buenos consejos.
De decir lo que te revienta.
De hacerte querer mucho, mucho.
De “No pongas el bolso en el suelo que se va el dinero.
De disfrutar.
De motos, toros y F1.
De dar sin esperar nada a cambio.
De whisky.
De ser valiente.
De ser nuestro oasis.
De vivir a tu manera.
De cruces de laurel bajo el colchón.
De hacer de tu casa la nuestra.
De querernos con locura.
De “La que a ti se te vaya...
De San Judas Tadeo.
De besos de buenas noches.
De perros, gallinas, patos, pollos, tortugas, loritos.
De recibir con los brazos abiertos.
De tía abuela.
De ingenio.
De exageración.
De cabeceros filipinos.
De buenos amigos.
De comidas en el porche.
De anécdotas.
De ser la memoria familiar.
De tu cama como centro de reunión de las Barrios.

Muchísimas felicidades de todos los que te adoramos. Te queremos con locura y somos un montón.